Jesús Puerta, APORREA, 1. Crisis y salidas revolucionarias.
Es tradición del pensamiento revolucionario vincular las crisis del capitalismo (manifestadas en guerras y levantamientos populares), con la posibilidad de la revolución. La relación entre ambas cosas no es lineal o fatal. Tiene que haber un Sujeto, es decir, una voluntad, una inteligencia (incluso una astucia), una comprensión del proceso, una capacidad organizativa y de liderazgo, que pueda adecuar oportunamente los conflictos entre tendencias históricas arraigadas en la estructura social, con una decisión y un proyecto que le dé sentido.
El análisis de los ciclos depresivos del modo de producción capitalista es un conocimiento de la economía política que viene desde antes de Marx. Lo que hizo el sabio alemán fue vincular esas situaciones críticas con la posibilidad de irrupción de un nuevo sujeto: el proletariado.
Efectivamente, el capitalismo tiene crisis cada cierto tiempo, debido a sus propias lógicas de funcionamiento como sistema. Debido al desarrollo de las fuerzas productivas que también le es propio, produce más de lo que puede realizar (vender con beneficio) en el mercado. Y producir para vender con beneficios es la razón de ser de la inversión capitalista. Cuando tienden a bajar los beneficios y la tasa de ganancia, se produce el retiro del capital del espacio de la producción, esto a su vez provoca desempleo y nueva reducción de la demanda de mercancías, lo cual, en un círculo vicioso, causa mayor contracción de la producción. Aquí se notaba la irracionalidad del sistema, su desorden destructivo.
La racionalidad capitalista se veía limitada, en la época de la libre concurrencia y las primeras décadas de la revolución industrial, entre el siglo XVIII y XIX, a la planificación y aplicación de las nuevas técnicas e inventos a la producción. Pero las mismas luchas de la clase obrera, obligaron a racionalizar todavía más la organización productiva y el impulso de nuevas fuerzas productivas y técnicas. Estos desarrollos posibilitaron la eliminación de las empresas menos eficientes, y surgió la tendencia a la concentración del capital, expresado en el surgimiento de monopolios y trusts. La racionalidad del sistema llegó hasta la planificación y coordinación de grandes sistemas productivos que controlaban desde la extracción de la materia prima, su elaboración primaria, hasta la fabricación del bien de consumo final. Además, el sistema se internacionalizó, y esto representó un nuevo nivel de racionalidad.
La hipótesis de Marx era que la principal fuerza productiva, el proletariado, aumentaría cada vez más, así como su miseria; mientras la riqueza se concentraría en la clase propietaria. Al mismo tiempo, a medida que aumentaba el control del capital sobre las distintas fases de la producción en todas las regiones del mundo, la racionalidad (planificación, coordinación de unidades cada vez más grandes y diversas, el desarrollo de nuevas técnicas y productos, etc.) del sistema se incrementa. La posibilidad de trascender al capitalismo como modo de producción tenía que ver con la posibilidad de aprovechar esa creciente racionalidad, pero de acuerdo con otra clase social que irrumpiría contra el orden capitalista, por sus propios intereses.
Se presentaría una simplificación de la estructura de clases de acuerdo a una polarización social, en la cual crecería y se empobrecería cada vez más al proletariado, la principal fuerza productiva, mientras la burguesía se reduciría en tamaño y se enriquecería cada vez más. La racionalidad, que incrementaba la productividad del sistema, se convertiría en el patrimonio que heredaría la nueva clase revolucionaria cuando triunfara su movimiento histórico. La nueva sociedad racionalizaría todo, apoyándose en los hombros de los logros históricos de la anterior clase dominante.
Lo que no previó Marx fue que el capitalismo lograría racionalizarse de tal manera que, absorbiendo las formas de negociación de las demandas obreras, pudiera mutar hasta lograr períodos largos de prosperidad, en los cuales el propio proletariado saldría beneficiado en términos de vendedor de fuerza de trabajo: salarios, beneficios, condiciones de trabajo, etc. Además, la simplificación dicotómica en sólo dos clases, tampoco ocurrió tal cual.
El crecimiento de los imperios coloniales, saqueadores de las riquezas de las etnias y territorios dominados, produjo una renta con la cual también pudo sostenerse las mejoras en la vida proletaria. En el seno del proletariado de las potencias europeas industrializadas se formó una “aristocracia obrera” que ya no estaba interesada en la demolición radical del sistema, pues se beneficiaba del colonialismo y había logrado formas de negociación (sindicalismo) y participación en el poder político (parlamentarismo) que parecían indicar a políticos y teóricos, que el capitalismo podía reformarse indefinidamente, haciendo inútil la revolución.
Otra mutación, esa sí prevista por Marx, fue que el capital financiero pasó a ser la fracción dominante, separándose cada vez más del espacio productivo, para entregarse a prácticas especulativas, lejanas de la economía real. Esto, en la era del imperialismo, es esencial, y plantea nuevamente el asunto de la inutilidad productiva del sector más poderoso del sistema: el capital financiero.
Así, la historia marchó por un camino poco previsto por los fundadores del marxismo. Si bien los períodos de crecimiento se veían amenazados cíclicamente por períodos de recesión, el sistema conseguía salir de éstos renovando la tecnología (nuevos paradigmas tecnoproductivos) o a través de la guerra. De modo que, cuando estalla la Primera Guerra Mundial, un sector del marxismo (Lenin, entre otros) observó cómo un sector de la clase obrera europea apoyó a sus respectivos gobiernos burgueses en sus intereses imperialistas, en la guerra y en el aplastamiento de levantamientos revolucionarios (por ejemplo, Alemania 1918).
La revolución cogió para otro lado. Se produjo ya no donde las fuerzas productivas y la racionalidad eran mayores, sino en el “eslabón más débil de la cadena imperialista”, es decir, en aquellos espacios donde, circunstancialmente, las contradicciones (sociales, económicas, políticas) adquirían un nivel explosivo, lo cual no tenía nada que ver con el desarrollo de las fuerzas productivas (factor económico), sino más bien con la debilidad estructural y coyuntural de la clase dominante (factor político). Por eso, la revolución socialista en el siglo XX tuvo lugar en Rusia (1917) y China (1949), sociedades “atrasadas”, diríamos hoy que subdesarrolladas. Ninguna revolución se pareció a la otra. Nada tienen que ver los Soviets rusos con las columnas guerrilleras de la Guerra Popular Prolongada de Mao Ze Dong, salvo la conducción política de Partidos Políticos de organización codificada por la Internacional Comunista de 1919. La posterior construcción del “Bloque socialista real” fue un producto derivado del reparto territorial entre las potencias ganadoras de la Segunda Guerra Mundial, y casi en ninguna parte, de procesos internos revolucionarios de esos países, que no fuera la existencia de fuerzas combativas anti-fascistas.
Estas realidades históricas determinaron varias consecuencias: a) los gobiernos socialistas debieron asumir las tareas de modernización (industrialización, urbanización, educación, centralización del poder en un estado nacional, etc.) que sus respectivas burguesías no fueron capaces de realizar; b) estos procesos de modernización se impulsaron sobre la base de un alto costo humano (mano de obra esclava, totalitarismo) que c) determinaron un fortalecimiento del aparato represivo e ideológico del estado, contraviniendo las previsiones de la teoría marxista de la disolución del estado a medida que se avanzara a la sociedad sin clases. d) Esto posibilitó que en todas las experiencias del siglo XX se produjeron fenómenos de usurpación del poder proletario por una nueva capa burocrática de privilegiados que, a la postre, devinieron en una nueva y poderosa burguesía, reproduciéndose así el capitalismo, aprovechando los avances modernizadores (racionalizadores: planificación, tecnificación, disciplinamiento, etc.) de los “gobiernos socialistas”. e) Esos estados “socialistas reales”, usurpados, pasaron al capitalismo, bien por procesos de derrumbe (URSS y aliados), bien por conversión política ideológica de la burocracia, que mantuvo formalmente la denominación comunista (China, Vietnam, quizás Cuba).
Luego de un período de subordinación total a los intereses geopolíticos de gran potencia de la URSS o de China, el marxismo pudo sacudirse de la tara estalinista hacia la década de los 1960 y 1970, retomando diversas búsquedas teóricas y políticas. Algunas adquisiciones teórico-prácticas de esa época de relativo florecimiento del pensamiento de izquierda son a) la incorporación de la noción de “democracia” como esencial para el proyecto socialista, luego de la refutación de la tesis de la “dictadura del proletariado”, distorsionada en la experiencia estalinista; b) el diálogo con las creencias religiosas, específicamente con el cristianismo, a través de la praxis revolucionaria, lejos de la discusión metafísica materialismo/idealismo; c) incorporación a la reflexión de aportes procedentes de otros marcos teóricos: el existencialismo, el psicoanálisis, versiones actualizadas de la dialéctica hegeliana, etc. d) la crítica al “socialismo real” desde posturas de izquierda: trotskismo, maoísmo, eurocomunismo, nacionalismo, etc.; e) la articulación de las luchas anticoloniales y antiimperialistas con la lucha por el socialismo. Todas estas búsquedas y aportes se harán productivas en el siglo XXI, cuando nuevamente resurja la izquierda.
2. La actual crisis
El capitalismo, entre tanto, ha atravesado varios períodos críticos, vinculados a situaciones de sobreproducción, descenso de la tasa de ganancia y surgimiento de nuevos patrones tecnoproductivos (asociados con nuevas técnicas) que destruyen las instalaciones obsoletas y relanzan la producción a un nuevo nivel, sólo para encontrarse con nuevos cuellos de botella. Pero la dominación del capital financiero introduce otros elementos críticos, puesto que tiende a absorber el capital, del espacio productivo, al especulativo.
El surgimiento de las Tecnologías de Información y Comunicación contribuyó a estos flujos de capital financiero, a partir de la década de los 70, y sobre todo en los 90, durante la cual un nuevo auge de la productividad tuvo que ver con la absorción de las nuevas tecnologías. Ellas, y la generalización de las tesis del neoliberalismo a partir de los 80, marcan una nueva época del sistema, caracterizada por el “libre” flujo de capitales por todo el mundo, la dispersión de los lugares de producción por todo el planeta, la capacidad de circulación rápida de esos capitales. Pero sobre todo, el desmontaje del “Estado de Bienestar” que acompañó un largo ciclo de prosperidad capitalista en las dos décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial.
En la década de los 70 ocurre una nueva situación de sobreproducción que se manifestó en una recesión, estimulada también por el aumento drástico del precio del petróleo. Esta situación agravó los problemas del “Estado de Bienestar” construido en las dos primeras décadas de postguerra, sobre la base de una intervención creciente del estado en la economía a título de regulador y empresario, importante inversión pública, seguridad social y expansión de los mercados nacionales (demanda agregada interna) sostenida por gasto público. El “Estado de Bienestar”, vinculado a gobiernos cercanos a la socialdemocracia, fue señalado como el responsable de la alta inflación y el estancamiento.
Frente a la crisis del “Estado de Bienestar”, reaparecieron las tesis neoliberales, que exigieron el retiro de la actividad económica del estado, la privatización universal, la reducción drástica de la inversión pública, la liberalización de los mercados internacionales de capitales y mercancías, el fortalecimiento de acuerdos comerciales que tendían a eliminar las barreras arancelarias entre las naciones.
El neoliberalismo, que es doctrina económica y política, pero también toda una concepción filosófica y una orientación de las ciencias sociales (epistemología), se convierte en hegemónico en la década de los 80 con los gobiernos de Reagan en los EEUU y Margaret Thatcher en Inglaterra. La sistematización de sus políticas y concepciones se concretó en el llamado “Consenso de Washington”, que sería el programa que se empezó a aplicar coherente y despiadadamente a partir de esa década.
La llamada “Nueva Derecha” se apodera del mundo, precisamente, cuando el modelo del “Socialismo Real” hace aguas y finalmente se derrumba a finales de la década de los 80, en una transición epocal por la cual se llega a un mundo homogéneamente capitalista, neoliberal, dominado por el gran capital financiero y hegemonizado por los Estados Unidos, que aparece ahora como la única potencia integral del planeta. Esto se combina con la derrota del movimiento obrero en Europa y de las posiciones de izquierda en todo el mundo (en 1990, pierden las elecciones los sandinistas en Nicaragua). Esta derrota de la izquierda se ve acompañada por un período de auge económico capitalista, pero también por la explosión de varias “burbujas financieras” importantes (punto com, burbuja asiática, etc.) que ya anuncian las nuevas formas de la crisis capitalista.
3. La crisis del neoliberalismo y la emergencia de la “Nueva Izquierda Latinoamericana”
Si bien la derrota del movimiento obrero, popular y de la izquierda en su conjunto, y la victoria del neoliberalismo tuvo efectos devastadores, incluido el pensamiento social, la aplicación rigurosa del “Consenso de Washington” en el mundo y especialmente en América Latina, causó reacciones importantes, que fueron configurando una “nueva izquierda”. Las primeras manifestaciones de esta nueva formación política ideológica las podemos rastrear en el movimiento alter-globalizador, el Foro de Sao Paulo, el surgimiento de la guerrilla zapatista, pero, sobre todo, en la victoria electoral de Hugo Chávez en Venezuela, en 1998. A partir de allí, en los próximos años se mostrará un “cambio de época” (según Rafael Correa) marcada por gobiernos de orientación popular, antiimperialistas, integradores de América Latina, que anunciaban una reorientación contra el capitalismo mismo. Aun cuando los movimientos y organizaciones de izquierda latinoamericana no estaban dirigidas desde ningún centro, ni tenían una coordinación importante, sí buscaron converger en un conjunto de orientaciones generales: la síntesis del socialismo y la democracia, el respeto y renacimiento de las etnias indígenas, la defensa de la soberanía frente al imperialismo norteamericano, la creación de nuevos mecanismos de integración latinoamericana, políticas sociales de gran envergadura que pagara la “deuda social” contraída por el neoliberalismo.
En la primera década del siglo XXI asistimos a un nuevo panorama de signos contradictorios: a) los síntomas de una nueva recesión aparecen, pero b) el imperialismo norteamericano reorienta su poderío a la “lucha contra el terrorismo” y se embarca en nuevas intervenciones unilaterales (o acompañadas por tímidas aceptaciones de la ONU y el compromiso de la OTAN) en el Medio Oriente; esto le da un respiro al complejo industrial-militar. c) Crecimiento de unas “potencias emergentes” (China, Rusia, India, Brasil, Suráfrica), países que, al industrializarse aceleradamente, demandan una gran masa de materias primas, lo cual d) aporta un sustento económico importante al esquema extractivista que pronto será la principal orientación de los gobiernos de la nueva izquierda latinoamericana, e) fracasa en gran parte el proyecto del gran mercado americano, bajo hegemonía norteamericana: el ALCA, y se viabilizan nuevas opciones de integración regional; f) pero, por otro lado, otro conjunto de gobiernos continúan los planes de tratados mercantiles neoliberales, hasta formar la Alianza del Pacífico. g) Hay una tendencia creciente hacia un mundo multipolar, sobre todo en lo económico y político, que se cristaliza en los acuerdos estratégicos entre China y Rusia, ya en la segunda década del siglo. Aparecen puntos calientes de una “nueva guerra fría”, donde los contendientes (de una lado EEUU y sus aliados, del otro China, Rusia y algunos países del Medio Oriente y América Latina) van tomando posiciones cada vez más conflictivas.
En 2008, la explosión de la gran burbuja financiera de Wall Street, evidencia la crisis del neoliberalismo. Los estados norteamericano y europeos se ven obligados a intervenir ante la masiva quiebra de gigantes financieros, que se ven absorbidos por otros todavía mayores. Se imponen nuevos “paquetes de ajuste” a economías deudoras. Los estados inyectan recursos a los bancos. Los pueblos pagan la crisis al desmontarse definitivamente los últimos restos del “Estado de Bienestar”. La recesión continúa hasta hoy, afectando la posibilidad de continuar con el esquema de alto crecimiento de las economías emergentes (basadas unas en la venta de materia prima; otras, en una industrialización masiva para la exportación). No se ve una recuperación a la vista. Sólo momentos de breves y débiles recuperaciones, golpeadas con nuevas “burbujas” financieras. El sistema capitalista no logra pasar a una nueva fase de recuperación y expansión, No hay un nuevo patrón tecnoproductivo que reanime la inversión productiva. Por ello, los capitales buscan sus ganancias en la especulación financiera.
4. Peculiaridades venezolanas. Capitalismo dependiente rentista.
Como es sabido, la economía venezolana, desde la segunda década del siglo XX, tiene como principal ingreso la renta petrolera. Esta es propiedad del estado en virtud de una tradición jurídica que viene desde la Colonia española. La renta es el pago que realiza la burguesía transnacional por la extracción de las reservas petroleras propiedad del estado venezolano. Ese pago es capital internacional, es decir, resultado de la plusvalía que se ha extraído del proletariado mundial.
El petróleo es un injerto extraño en la economía venezolana de principios del siglo XX, todavía fundamentalmente agrícola, de relaciones serviles en el campo y conectada al mercado mundial a través de una burguesía importadora. Esta y la clase de los propietarios de la tierra (conseguida de maneras un tanto oscuras) se beneficiaron de la renta petrolera a través del negocio de los terrenos durante la expansión de las ciudades y, posteriormente, por una sucesión de políticas proteccionistas (créditos, protección arancelaria; posteriormente ensayos de industrialización de sustitución de importaciones en asociación con capital transnacional, que incluyeron variados tipos de subsidios). Así se conformó una clase burguesa adicta a la protección y los subsidios del estado petrolero, en asociación con el capital transnacional, que entre los 50 y los 60 desarrolló una industrialización basada en el ensamblaje de productos finales. Es decir, la economía venezolana se estructuró como capitalista dependiente (de capitales, insumos, tecnologías y mercados del capital imperialista) y rentista, por cuando extrae sus principales ingresos de la venta de un insumo imprescindible para el modelo de industrialización tecnoproductivo predominante en el mundo, ingreso que no tiene nada que ver con la productividad del trabajo venezolano, sino de la disponibilidad del recurso natural.
Pero el rentismo es además una cultura que permea todas las clases sociales. Modela el comportamiento de la burguesía, que se hace adicta, como hemos dicho, de la protección y los subsidios del estado, impidiendo el despliegue del riesgo y la innovación, y que ejerce su dominación de clase, mediante agentes directos en los gabinetes de los sucesivos gobiernos. Esa burguesía, poco nacionalista, se integra pronto a los circuitos transnacionales del capital financiero, haciéndose exportadora de capital, promoviendo la corrupción en conexión con la alta burocracia estatal. El rentismo modela también el comportamiento de una clase trabajadora en la cual pronto se constituye una “aristocracia obrera” sindicalista y economicista, articulada con la capa dirigente política corrompida. Se disuelve el campesinado, el cual en su mayoría migra a las ciudades, integrándose en un conglomerado social de desempleados, buhoneros, empleados de servicio y comercio, economía informal, etc. Surge una clase media cuyas expectativas de consumo y modo de vida, copiados de los modelos norteamericanos, a su vez influye en las expectativas de vida de las otras clases. La burocracia estatal, y el elenco de políticos que administra el estado, desarrolla hábitos de improvisación, despilfarro y corrupción, de los cuales surgen nuevas capas burguesas. En la cúspide de esa burocracia, se posicionó la alta gerencia de PDVSA, controlando la principal industria del país, con una autonomía cuasi total respecto del dueño formal de la riqueza: el estado, representado por los Poderes Públicos.
Pero la impronta del petróleo se nota en las formas de la lucha social y política: la lucha de clases (política, social, económica) se ha centrado en la disposición de la renta, por obtener la mayor porción en su distribución. En la historia contemporánea se han sucedido diversos mecanismos para la distribución de la renta: a través de la casta militar asociada con la burguesía, un sistema de conciliación de élites en el cual concurrían los partidos políticos del status, sindicalistas, empresarios, Iglesia, Fuerzas Armadas y representantes de las empresas trasnacionales.
Este esquema de distribución de la renta fue roto y reestructurado con el acceso al poder del chavismo. Se desarticula el sistema de conciliación de élites, se toma el control directo de la industria petrolera por parte del Ejecutivo Nacional, así como la dirección del Banco Central, formalmente autónomo del Ejecutivo; se crean diversos “fondos” (el más importante: FONDEN) también bajo el control directo del Ejecutivo. La renta se reorienta al financiamiento de políticas sociales de magnitudes no vistas (las misiones), a la importación masiva de productos e insumos que hipotéticamente ayudarían al reimpulso de la economía no petrolera.
5. Peculiaridades del chavismo como movimiento político
El chavismo fue un movimiento político que, con la marca del liderazgo carismático de Hugo Chávez Frías, logró hegemonizar el profundo descontento propio de una crisis de legitimación de las instituciones del sistema de conciliación de élites, alias Cuarta República. Se ha tematizado una periodización del chavismo: a) un primer período de transformación democrática institucional que abarcó desde la demolición de los partidos burgueses tradicionales (AD, Copei), la convocatoria a la Constituyente y la aprobación popular de la nueva Constitución; b) Un segundo momento de victoria contra la reacción de derecha, cuando se dieron al traste los intentos golpistas de los sectores que adversaban la transformación, anunciándose una fase antiimperialista; c) un momento en que se señaló el objetivo general del socialismo, que pasaba por una reforma constitucional (fallida) y el impulso político y jurídico del “Poder Comunal”.
El chavismo logró integrar en su discurso por lo menos tres fuentes ideológicas: a) el relato heroico independentista y bolivariano, que provenía de una tradición que se remonta al siglo XIX, que fue aprovechada por prácticamente todos los gobiernos, hasta que fue reinterpretada desde una perspectiva de izquierda, tanto por su lectura de pensamiento precursor del antiimperialismo (Francisco Pividal) como por parte de formulaciones que se proponían afirmar las raíces autóctonas de un proyecto revolucionario (el árbol de las tres raíces); b) el marxismo, en todas sus variantes, pero especialmente, por una parte, el guevarismo, que exaltaba la voluntad y el heroísmo del revolucionario ejemplar y, por otra parte, las adquisiciones al debate de la izquierda de los 70: la experiencia chilena de la Unidad Popular, la incorporación de la democracia como componente esencial del proyecto socialista y la posibilidad de una vía pacífica y electoral a la gran transformación. Finalmente c) una tradición proveniente de la teología de la liberación, común de la izquierda latinoamericana, que integraba una pastoral cristiana identificada con el Pueblo, los sectores oprimidos y explotados, con una interpretación liberacionista del evangelio.
El chavismo es también un movimiento carismático, centrado en la presencia de una personalidad extraordinaria, Hugo Chávez Frías, por su encanto de las masas, facilitado por el uso intensivo de los medios de comunicación (la TV, sobre todo). Este carácter, tal vez emparentado con el tradicional caudillismo latinoamericano, determinó igualmente su distancia respecto a otras experiencias de construcción de organizaciones revolucionarias, ya que el movimiento político fue aluvional. Todo esto combinado con una organización vertical, de disciplina cuasi militar, sin casi vida interna o debate democrático. Esta realidad organizativa siempre estuvo en oposición, complementación y mutua influencia con una tendencia horizontalista y participativa propia del movimiento social que se identificó con el chavismo, aunque no se encuadró necesariamente en su organización partidaria. De allí que, al lado del partido (PSUV, los del Polo Patriótico) hay infinidad de grupos, colectivos, organismos y movimientos que se identifican como chavistas también.
Estas características carismáticas del chavismo, pudieran ser vistas como divergentes del resto de la nueva izquierda latinoamericana. En efecto, en países como Nicaragua, Brasil o Bolivia, los liderazgos personales fueron precedidos por una organización política, que, varias veces, tenían ya décadas de lucha. Pero, por otra parte, las coincidencias con el resto de la nueva izquierda latinoamericana, se refieren a políticas concretas: impulso de políticas sociales, rechazo del neoliberalismo y sus privatizaciones y reducción del gasto público, adelanto de nuevas instancias de integración latinoamericanas, crítica del imperialismo norteamericano, el discurso de la soberanía nacional, ataque a la clase dominante burguesa.
El chavismo ha tenido, como ya hemos dicho, una evolución importante en su propio proyecto. Debemos empezar por la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, que incorpora importantes garantías a los derechos políticos y sociales, instituciones que profundizan en un sentido participativo la democracia como los referenda revocatorios, las consultas populares, la previsión de organizaciones de base popular para asumir competencias. Luego tenemos los sucesivos planes, hasta culminar en el “Plan de la Patria”, que se mantienen, a pesar de algunas diferencias, en la misma orientación de defensa de la soberanía nacional, construcción de un nuevo modelo productivo que admita diversidad de formas de propiedad, en especial la social; el desarrollo del “Poder Popular” que trasciende el esquema representativo y persigue una incorporación de la población organizada en el ejercicio del poder para resolver directamente sus problemas. Todo ello hasta culminar en la formulación de la Comuna como núcleo de la actividad política, social y económica, planteadas en perspectiva superadora del capitalismo.
Al lado de estos planes que señalaban un camino de profundización de la democracia, en relación de oposición, complementación y mutua influencia, se produjo la tendencia a identificar el Gobierno, el Partido y el Estado. Esto, por supuesto, es una desviación respecto al planteamiento participativo e incluso democrático del chavismo. El esquema caudillista, burocrático y verticalista se impuso. La disciplina se comenzó a exigir mecánica, sin forjar una auténtica cultura del debate que enriqueciera el ambiente intelectual del conjunto del movimiento. Además, se evidenciaron prácticas clientelares en el encuadramiento político de la población beneficiada con los planes sociales. La lealtad personal, inicialmente a Chávez, pero luego proyectándose los diversos caudillos a diversos niveles, sustituyó la lealtad a las ideas, empobreciendo el conjunto de las definiciones políticas. La polarización política se ha convertido en casi el único mecanismo de politización, y lo es mediante chantajes argumentativos, y no con razonamientos analíticos. El fervor que motivaba la personalidad de Chávez colindó con un culto cuasi religioso del líder, lo cual también impidió una evolución de la racionalidad de la identificación política. Así se muestra que la evolución del chavismo como movimiento político, ha tenido como motor esta contradicción dialéctica entre su aspecto emancipador, democrático, socialista, y su aspecto caudillista, estatista, burocrático, clientelar y, a la postre, neopopulista, basada más en la dádiva y la exigencia de agradecimiento por ella, que en la formación ideológica en nuevos valores socialistas..
6. Agotamiento del capitalismo rentista dependiente, versión neopopulista
El chavismo, por supuesto, es un movimiento político de izquierda, democrático, socialista, revolucionario. especialmente es de izquierda, contextualizado en el momento de su emergencia, por su oposición al neoliberalismo. Además acometió cambios importantes en los mecanismos de distribución de la renta petrolera, hacia la atención de los sectores más desfavorecidos y excluidos del pueblo. Pero el chavismo se ha quedado corto. Su desviación neopopulista, ya señalada, determinó que terminara conservando las estructuras del capitalismo dependiente rentista.
La deriva populista comprende el clientelismo, la dádiva, la politización por polarización chantajista, el caudillismo, el estilo de cliché. Todo ello al servicio de grupos corruptos que florecen a la sombra del control de cambios y otros mecanismos (el comercio de alimentos, como se demostró con la operación “Gorgojo”). La respuesta ante la crisis ha evidenciado también una tendencia creciente a la conciliación de clase. Errores garrafales como las importaciones masivas del propio estado, la gestión desastrosa de la industria nacionalizada, especialmente las de Guayana; el abandono de las misiones, y sobre todo la pérdida de perspectivas revolucionarias. El “alto mando bolivariano” desarrolla una política de conservar el poder “como sea”, lo cual no es malo, pero sí lo es es que se reduzca a ello. En ese contexto y sus consecuencias, altísima inflación, escasez y recesión, se comprende la derrota del 6D y el surgimiento del “chavismo crítico” en sus diferentes tendencias.
7. Asunción y síntesis de las tradiciones revolucionarias y actualización de la teoría
En este momento, es hora de retomar las 3R originales (revisión, rectificación y relanzamiento) y retomar el ensayo chavista de síntesis de las tradiciones revolucionarias de nuestro pueblo. Retomar fundamentalmente los objetivos históricos del Plan de la Patria.
Se comprende que la transición a otro modo de producción, postcapitalista, es un proceso mundial de suma complejidad. Pero es necesario retomar la perspectiva postcapitalista y socialista justo ahora cuando se profundiza la crisis ecológica antrópica (debida a la acción humana, es decir, del modo de producción predominante: el capitalismo) y sus desafíos económicos, sociales, culturales, tecnológicos. En este contexto, de reacomodo mundial y apertura de la perspectiva multipolar, que mediatice y reduzca la hegemonía norteamericana, hay que insistir en la integración del Bloque latinoamericano, lo cual es parte de la transición a un mundo multipolar.
Es necesaria la autonomía política y teórica, para poder construir una nueva referencia política que conserve los logros del chavismo, a la vez supere sus desviaciones. Hay que diferenciar claramente las misiones y visiones del Partido, el Estado, el Gobierno y los movimientos sociales, para lograr esa necesaria autonomía. Distinguir sobre todo el proceso revolucionario en su complejidad, respecto del gobierno.
.
Para reconstruir el Sujeto revolucionario hay que reagrupar fuerzas sociales; para conseguir que se encuentren las tendencias objetivas de transformación estructural con la, voluntad, la inteligencia, la teoría, en una nueva oportunidad histórica y política.
Es hora de construir una organización política democrática, que sea la prefiguración de la sociedad que queremos.
Para ello debemos asumir los Objetivos Históricos del Plan de la Patria, como marco de un Programa global, respaldado por programas sectoriales que atienda a los conflictos y las soluciones de categorías sociales como las mujeres, los trabajadores, los niños, los campesinos, los diverso-sexuales. Hacer propuestas para realizar transformaciones en la formación social venezolana, para ir superando el capitalismo dependiente rentista que estimula las potencialidades de innovación tecnológica, de asociación de productores, de nuevas formas de apropiación y perspectivas de exportación y sustitución de importaciones. Debemos esbozar ya nuevas expectativas de consumo, más adecuadas a un desarrollo humano sostenible.
Esta es una labor compleja y difícil que sólo podrá ser posible si la asumimos entre todos, con la máxima participación posible.
En este momento, es hora de retomar las 3R originales (revisión, rectificación y relanzamiento) y retomar el ensayo chavista de síntesis de las tradiciones revolucionarias de nuestro pueblo. Retomar fundamentalmente los objetivos históricos del Plan de la Patria.
Se comprende que la transición a otro modo de producción, postcapitalista, es un proceso mundial de suma complejidad. Pero es necesario retomar la perspectiva postcapitalista y socialista justo ahora cuando se profundiza la crisis ecológica antrópica (debida a la acción humana, es decir, del modo de producción predominante: el capitalismo) y sus desafíos económicos, sociales, culturales, tecnológicos. En este contexto, de reacomodo mundial y apertura de la perspectiva multipolar, que mediatice y reduzca la hegemonía norteamericana, hay que insistir en la integración del Bloque latinoamericano, lo cual es parte de la transición a un mundo multipolar.
Es necesaria la autonomía política y teórica, para poder construir una nueva referencia política que conserve los logros del chavismo, a la vez supere sus desviaciones. Hay que diferenciar claramente las misiones y visiones del Partido, el Estado, el Gobierno y los movimientos sociales, para lograr esa necesaria autonomía. Distinguir sobre todo el proceso revolucionario en su complejidad, respecto del gobierno.
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Para reconstruir el Sujeto revolucionario hay que reagrupar fuerzas sociales; para conseguir que se encuentren las tendencias objetivas de transformación estructural con la, voluntad, la inteligencia, la teoría, en una nueva oportunidad histórica y política.
Es hora de construir una organización política democrática, que sea la prefiguración de la sociedad que queremos.
Para ello debemos asumir los Objetivos Históricos del Plan de la Patria, como marco de un Programa global, respaldado por programas sectoriales que atienda a los conflictos y las soluciones de categorías sociales como las mujeres, los trabajadores, los niños, los campesinos, los diverso-sexuales. Hacer propuestas para realizar transformaciones en la formación social venezolana, para ir superando el capitalismo dependiente rentista que estimula las potencialidades de innovación tecnológica, de asociación de productores, de nuevas formas de apropiación y perspectivas de exportación y sustitución de importaciones. Debemos esbozar ya nuevas expectativas de consumo, más adecuadas a un desarrollo humano sostenible.
Esta es una labor compleja y difícil que sólo podrá ser posible si la asumimos entre todos, con la máxima participación posible.
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