Las teorías desarrollistas, un enfoque equivocado del problema nacional y agrario
La inserción de las economías hispanoamericanas al mercado mundial capitalista adquiere, desde la
colonia, una forma subordinada a la metrópoli. Es decir, la
estructuración de estas economías estará, desde entonces, en función de
los intereses españoles, primero ingleses y norteamericanos después. No
habrá un desarrollo capitalista completamente autónomo, lo que traerá
como consecuencia los problemas de dependencia y "subdesarrollo" que
todavía hoy nos aquejan.
Al respecto Fernando H. Cardoso y Enzo Faletto han señalado: "...
la situación de subdesarrollo se produjo históricamente cuando la
expansión del capitalismo comercial y luego el capitalismo industrial
vinculó a un mismo mercado economías que, además de presentar grados
diversos de diferenciación del sistema productivo, pasaron a ocupar
posiciones distintas en la estructura global del sistema capitalista"[1].
De esta realidad
contradictoria y sus desigualdades económicas, sociales y políticas ha
nacido un gran debate que no se queda en qué tipo de sociedad produjo el
régimen colonial en nuestro continente, sino que se extiende hasta el
presente intentando diagnosticar dónde está la causa fundamental de
nuestros males. Y los mismos criterios teóricos y conceptuales que se
utilizan para interpretar la realidad de nuestras naciones se hacen
extensivos al sector primario, rural o agrario de las mismas, donde las
contradicciones se hacen todavía mayores.
El problema
fundamental de los enfoques desarrollistas es que no señalan que la raíz
de los problemas sociales, económicos y políticos que aquejan al sector
agropecuario en particular, y a nuestras sociedades en general, es el sistema capitalista.
Las teorías
desarrollistas al no atinar en que es esa estructura socioeconómica
capitalista, a lo interno y a lo externo, la que impone las
desigualdades, porque le permite cumplir la misión del sistema, terminan
proponiendo medidas o políticas que propenden al "desarrollo" pero de
más relaciones sociales de producción de tipo capitalista que exacerban
las desigualdades que expresamente dicen combatir.
Antonio García, una autoridad en este tema ha dicho: "El
problema agrario de América Latina puede estudiarse desde dos ángulos
de enfoque: como una cuestión especializada de tenencia agraria, de
economía de la tierra o de administración rural, o como uno de los
elementos centrales en la problemática del desarrollo latinoamericano.
El enfoque de mayor trascendencia es, desde luego, el que puede
introducirnos en las cuestiones vitales de la sociedad latinoamericana:
en las posibilidades de industrialización orgánica, en la expansión y
profundización de los mercados internos, en la redistribución del
ingreso entre las diversas capas sociales, en la modernización de la
rígida y desequilibrada estructura de clases... en la asimilación de los
principios y tecnologías de la revolución industrial y agrícola"[2].
El problema de todos
los enfoques desarrollistas del problema agrario, como el expresado por
Antonio García, y que son los que prevalecen en organismos
internacionales, es que se basan en la lógica del "desarrollo", por ende
acaban con matices distintos proponiendo más o menos las mismas medidas
para superar el "subdesarrollo" o "atraso". Aún aquellos que admiten,
como Cardoso y Faletto, que existe una relación directa entre desarrollo
y subdesarrollo, entre centro y periferia, terminan proponiendo medidas
técnicas o políticas públicas que no modifican la médula del asunto,
por lo cual, nunca cambian la situación.
El "desarrollo" que
se propone es, en esencia, más capitalismo. Pero una idealización del
capitalismo, pues se parte de la creencia falsa de que los países
desarrollados tienen un capitalismo bueno y equilibrado socialmente, y
los países subdesarrollados tenemos un capitalismo malo y lleno de
desequilibrios.
Por ejemplo, según Rodolfo Stavenhagen: "El subdesarrollo, tal como lo conocemos actualmente, es el resultado del implantamiento (sic) del capitalismo en las sociedades no industrializadas", y luego señala como una de sus características "la destrucción de la agricultura tradicional de autoconsumo...", y agrega, ""Pero el retraso económico también está ligado a las estructuras sociales 'atrasadas'", y luego cita a Gino Germani, teórico del conflicto entre sociedades tradicionales y modernas[3].
Para los diversos
matices del desarrollismo, el problema es que nuestras sociedades en
general, y nuestros sectores agrarios, presentan resabios feudales o
precapitalistas que le impiden acceder a la "modernidad", entendida
principalmente como industrialización. Hay una idealización de los
principales países capitalistas de Estados Unidos y Europa y sus
economías industriales hacia las que supuestamente deberíamos propender
para superar la situación actual.
La lógica de la
Teoría Desarrollista, que se expresó a través de Raúl Prebish y la CEPAL
original, es que el subdesarrollo o dependencia se produce porque
prevalece en nuestros países: monocultivo o monoproducción, a lo sumo
industrias extractivas (minería), que exportan materias primas sin mayor
valor agregado, con lo cual, al recibir los productos industrializados
de las metrópolis capitalistas, los términos del intercambio se nos
hacen desfavorables y terminamos transfiriendo recursos al exterior.
Para superar la situación se requiere estímulo y protección al mercado
interno y la industria sustitutiva y reformas agrarias (distribución de
las tierras a pequeños productores y ataque al latifundio
"improductivo").
Algunos enfoques son
optimistas, al menos en público, y hablan de países en "vías de
desarrollo", es decir, que se están desarrollando, pero avanzan
económicamente por detrás de Estados Unidos y Europa, pero es sólo cosa
de tiempo que les alcancen. Otros son más pesimistas, y hablan de países
subdesarrollados", puesto que ven obstáculos inmensos internos y
externos para ese avance al desarrollo.
Otros autores e
instituciones, tratando de superar el sesgo economicista de la teoría
del desarrollo, en especial a partir de la década de 1980, cuando fue
contaminada por neoliberalismo, se han inclinado hacia el concepto de
Desarrollo Humano (como el Programa de las Naciones Unidas para el
Desarrollo, PNUD). Incluso en un reconocimiento tácito de que no se está
avanzando hacia ningún desarrollo proponen cambiar los énfasis hacia
mejoramiento de las oportunidades legales, sociales y económicas de las
personas y el desarrollo de sus capacidades humanas.
Otras instituciones
de las Naciones Unidas a partir del Informe Brundtland, de 1987, dan
paso a la teoría del "desarrollo sostenible", cuya
preocupación central es que la industrialización está produciendo una
rápida pérdida de biodiversidad y una degradación del ambiente. Bajo el
principio de "satisfacer las necesidades de las generaciones presentes
sin comprometer las posibilidades de las generaciones del futuro para
atender sus propias necesidades", se sugieren políticas de control a la
industrialización desmedida. En el plano agrícola, el desarrollo
sostenible se queda en criterios como: la escasez del recurso agua y la
necesidad de su uso racional; los peligros de los agroquímicos; y la
promoción de la agricultura intensiva.
La Organización de
las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), por su
parte, ha desarrollado el concepto "seguridad alimentaria", que implica
la necesidad de que los estados garanticen a la población la
disponibilidad inmediata y sostenible de alimentos de manera socialmente
aceptable (sin depender de suministros de urgencia). Su objetivo es el
de atacar el "hambre crónica" de millones de personas, para lo cual
sugiere a los estados de criterios técnicos.
Un derivado o
evolución, a propuesta del movimiento Vía Campesina, en la Cumbre
Mundial de la Alimentación (1996), del concepto "seguridad alimentaria"
es el de "soberanía alimentaria" que se refiere a la capacidad del
estado de decidir su propias políticas agrarias y alimentarias. Es más
progresivo por cuanto contiene un elemento político, aunque no es
preciso como propuesta global para el problema agrario.
En general, el problema de las perspectivas
desarrollistas es que pretenden la existencia de un capitalismo malo
(subdesarrollado o imperfectamente desarrollado) y un capitalismo bueno e
idealizado (que expresa el modelo de desarrollo a seguir). Cuando en
realidad el capitalismo de las potencias como el de las colonias, semi
colonias y países dependientes son dos caras de la misma moneda.
De manera que la solución a los problemas agrarios y
nacionales que listan las teorías desarrollistas no encontrarán solución
si no es en la superación del sistema capitalista a escala planetaria.
El problema no se resuelve con medidas o políticas públicas porque no es tecnocrático, el problema es social y político, por ello su superación sólo se encuentra en ese nivel.
[1] Cardoso, F. H. y Faletto, Enzo. Dependencia y desarrollo en América Latina. Siglo XXI Editores. 2da Edición. México, 1978. Pág. 23.
[2] García, Antonio. El problema agrario en América Latina. En: www/revistas.unal.edu.co.
[3] Stavenhagen, Rodolfo. Las clases sociales en las sociedades agrarias. Siglo Veintiuno Editores, S.A. Décima Edición. México, 1978. Págs. 10 - 11.
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