Por: Luis Salas | Lunes, 07/03/2016 01:28 PM | Versión para imprimir
Parece una pregunta de respuesta obvia, pero en realidad no lo es: ¿Cuál es (o cuáles son) el (los) criterio(s) para juzgar el éxito o fracaso de una política económica?
Si la respuesta parece obvia es porque cualquier persona con un poco de sentido común respondería: por sus resultados prácticos sobre la vida de las personas. Sin embargo, en el mundo de los “expertos” económicos convencionales y del sentido común mediatizado, la respuesta es muy distinta: se evalúa en base a unos criterios nominales que poco importa si son ciertos o falsos en la práctica, si tienen datos o no que los respalden y, que en muchos casos, incluso contravienen cualquier lógica formal de la más básica.
La gráfica que acompaña este texto nos muestra la correlación entre tres variables fundamentales para evaluar el desempeño de una política económica en cuanto impacto que genera en una economía nacional y, por ende, sobre la vida de las personas que en ella habitan. La línea azul mide la evolución del PIB, es decir, el tamaño de dicha economía. La colorada mide la evolución del coeficiente de Gini, el grado de desigualdad en cuanto a la distribución de los ingresos. Mientras que la amarilla mide la evolución de la pobreza.
Pobreza por ingresos en Venezuela 1990-2013 |
El período va desde 1990 hasta 2013, lo que nos permite comparar la década inmediatamente anterior a la llegada de Chávez con el desempeño de la economía durante su presidencia. La gracia de esta comparación es hacerlo con los años, no sólo de la Cuarta República, sino con los años en que se aplicaron las políticas de ajuste neoliberal. Es decir, no estamos comparando simple y llanamente con el resultado del colapso del puntofijismo rentista, del modelo fedecamaras de capitalismo parásito dependiente. Sino que estamos comparando con los años en los cuales se aplicaron a rajatabla y sin contemplaciones, las mismas políticas económicas que insistentemente se machaca hoy que hay aplicar para salir de la situación compleja en la que vive Venezuela.
Pero yendo al grano, en cuanto al crecimiento del PIB la imagen habla por sí misma. Digan lo que digan, lo pongan como lo pongan, lo cierto es que la economía venezolana medida con el más convencional de los indicadores que puede haber, es más grande –sustancialmente más grande- después de Chávez. Pero no solo es más grande. Sino que la evolución de dicho crecimiento tiene una correlación positiva con la disminución de la pobreza y la mejora en la distribución del ingreso. Es decir: no solo es más grande, sino más justa e inclusiva.
Y esto no es un hecho mecánico: es el resultado de una decisión política. Y no es mecánico, pues si se toman en cuenta los dos momentos en que el PIB creció en tiempos en que los Hausman, los Petkof, los Francisco Rodríguez y los CEO de la Polar como Gustavo Rossen “decidían” la política económica (lo que obviamente es un decir, pues no decidían nada, más bien ejecutaban lo que les recetaban hacer), dicho crecimiento no implicó que la pobreza y la desigualdad disminuyesen si no exactamente lo contrario. O sea: crecía la economía y al mismo ritmo crecía la desigualdad y aumentaba la pobreza. Y valga agregar que el crecimiento del año 1991 no se debió al genio de los paquete boys del segundo gobierno de CAP, si no al impacto que sobre los precios del petróleo tuvo la primera invasión de Irak.
Otro dato digno de destacar es la estabilidad con una ligera tendencia al alza en el comportamiento del PIB que se observa entre los años 1992 y 1995. Y es destacable pues fíjese cómo contrasta abiertamente con el crecimiento de la pobreza y la desigualdad, entre otras cosas apalancado por la criminal estafa bancaria sucedida en aquellos años. Ahora bien, nótese de igual manera que en el año 1995 se produce una mejora sustancial de ambos indicadores: ¿tendrá algo que ver dicha mejora con la suspensión temporal de las medidas neoliberales aplicadas por el defenestrado CAP? Recuérdese que en el marco de la emergencia nacional que entonces se vivía como resultado de la estafa bancaria, Caldera, que llegó por segunda vez a la presidencia montado en el tsunami popular desencadenado por Chávez y prometiendo la no aplicación de medidas neoliberales, suspendió a mediados de 1994 una serie de garantías relacionadas con la propiedad privada y la libertades económicas, lo que supuso el control estatal sobre el mercado de cambios, el sistema bancario y los precios. Poco le duró el impulso. A los dos años, bajo la presión de los especuladores financieros y su propio equipo de gobierno (con Petkof a la cabeza), se embarcó en la Agenda Venezuela (segundo paquete FMI), lo que disparó la pobreza a niveles históricos. Solo la aplicación de una serie de medidas de contención y la manipulación avalada por el FMI de algunos indicadores (aval sin el cual no es posible dicha manipulación y con el cual evidentemente el chavismo no cuenta ni ha contado nunca), no hacen aparecer peor el cuadro.
Con la llegada de Chávez a la presidencia y la radicalización de las tímidas medidas de contención de la pobreza a través, entre otros, del Plan Bolívar 2002, ésta disminuye aún más. En ese momento aparecieron fedecámaras y sus secuaces entre finales de 2001 (primer paro patronal) y todo el 2002 (golpe de abril), hasta principios de 2003 (cuando se derrota el sabotaje petrolero comenzado en diciembre de 2002 por los mismos personajes que Chávez perdonó en abril, prácticamente los mismos que piden se les perdonen ahora de nuevo), causando una brutal caída del ingreso nacional y por tanto del PIB lo cual hizo descalabrar todos los indicadores.
Luego de superado ese trance, la economía venezolana vivió un comportamiento poco menos que virtuoso, con la aplicación de controles de precio, cambio y toda esa serie de medidas de intervención del Estado en la economía que, se nos dice, son un fracaso y no hacen que ésta se desenvuelva exitosamente. Dicho comportamiento solo se vio interrumpido por el impacto de la crisis financiera mundial, impacto por lo demás global y que desde luego no es achacable a la política económica, por más que pudiera discutirse con la ventaja que da ver las cosas desde el retrovisor si se tomaron las previsiones necesarias. De todos modos, lo cierto es que de ese trance se salió bastante rápido (lo que de muy pocas economías del mundo se puede decir) y tuvo poco impacto negativo sobre la pobreza y la desigualdad, que no aumentaron sino en todo caso ralentizaron su ritmo de descenso.
Al cierre de 2012, el último año de ejercicio de gobierno del Presidente Chávez, la economía venezolana se anotó con un crecimiento del 5,6% del PIB, casi el doble del promedio mundial de entonces. Se trató del noveno trimestre consecutivo de crecimiento, tendencia que se mantuvo hasta el primer trimestre de 2013, ya entrados en la radicalización de la guerra económica que siguió su muerte.
Valga decir, ya para culminar, que los críticos de la derecha y buena parte de los enrolados en la filas de la izquierda venezolana1, coinciden en señalar que todo lo que ha venido después es, entre otras cosas, culpa del despilfarro y el manejo irresponsable de los recursos públicos realizados durante los gobiernos del Comandante Chávez. Lo dicen, pero no tienen cómo probarlo. Siendo que lo único que tienen es el efecto de prueba que implica la repetición incesante de lo mismo todos los días por todos los medios disponibles.
En otros espacios ya hemos demostrado que el ritornelo sobre el impacto inflacionario del crecimiento de la liquidez monetaria es un prejuicio que no resiste la más mínima prueba empírica. También hemos demostrado cómo la desinversión privada es un hecho crónico que antecede por mucho a la llegada del chavismo, motivo por el cual no puede achacársele a Chávez y tampoco al Presidente Nicolás Maduro el que los privados no quieran invertir, por más que de hecho en términos relativos lo han hecho más durante y después que antes de Chávez. En cuanto al otro cliché favorito de los monetaristas amarillos y “rojos rojitos”: el déficit fiscal, tampoco tienen pruebas que lo acompañen, al menos claro que, como decía, uno asuma como prueba de algo su afirmación fanática.
Este tema de déficit fiscal y su vinculación con la inflación lo tocaremos otro día. Pero solo valga decir por los momentos, que el estímulo de la demanda por la vía de la distribución progresiva de la riqueza social, no tiene per se efectos inflacionarios. Si es el caso de una economía con alta exclusión de su población, desempleo de su mano de obra y alta capacidad ociosa de sus empresas, que era el caso de la nuestra cuando la encontró Chávez, el estímulo de la demanda puede perfectamente cubrirse mediante incrementos de la producción sin generar aumentos de precios. Y esto en buena medida ocurrió, debido sobre todo a la entrada de nuevos actores económicos y al estímulo de la oferta pública (incluyendo importaciones), en la medida en que la respuesta de la mayoría de los empresarios locales fue especular con los precios sacrificando la producción. Pero más allá de todo esto, de lo que decía nos ocuparemos otro día, ya en lo específico del déficit como causa de la inflación, lo cierto es que tomando como referencia las cifras del BCV y el FMI, el déficit fiscal como % del PIB de los años 2006 – 2011, por ejemplo, fue de 2,0; 4,5; 0,1; -3,7; -2,0 y -2,6 para cada uno de los años de dicha serie. Sin embargo, la inflación para cada uno de esos mismos años fue de 17%; 22,5%; 30,9%; 25,1%; 27,2% y 27,6%. Como se ve claramente, no existe ninguna correlación entre una cosa y la otra.
Así las cosas, y esta vez sí para terminar, lo que la realidad real demuestra es que en lo económico, como en todas las otras materias, Chávez estuvo y estará muy por encima de lo que sus detractores (“los economistas del fraude”, como él mismo los llamaba siguiendo a Galbraith) todos sumados, multiplicados y puestos unos sobre otros podrán jamás estar. Chávez vive.
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