Es
sabido que Marx modificó su visión de los países subdesarrollados.
Inicialmente concebía una ligazón pasiva de estas naciones con el auge y
declive del capitalismo mundial. Posteriormente realzó la resistencia
al colonialismo.
Ese giro fue
intensamente discutido en los años 70 por los investigadores de su obra.
El trasfondo de ese interés era el entusiasmo por las revoluciones
socialistas en la periferia.
Los marxistas evaluaban la continuada brecha entre economías avanzados y retrasadas, a la luz de las intuiciones expuestas por el autor de El Capital. Los
autores nacionalistas criticaban la hostilidad (o indiferencia) de Marx
hacia el mundo colonial. Los neoliberales impugnaban o demonizaban su
obra. ¿Cómo abordó Marx el problema de la periferia?
SOCIALISMO COSMOPOLITA
En
su primera visión Marx supuso que la periferia repetiría la
industrialización del centro. Consideró que el capitalismo se expandiría
a escala mundial creando un sistema
interdependiente, que facilitaría tránsitos acelerados al socialismo.
Estimaba que el despojo de los artesanos y los campesinos conduciría a
una expropiación ulterior de los confiscadores.
El Manifiesto Comunista
presenta esa mirada. El capitalismo es retratado como un régimen que
derriba murallas y expande su dominación desde el centro hacia la
periferia (Marx, 1967).
China es
mostrada como una sociedad bárbara que será modernizada por la
penetración colonial. India es descripta como un país estancado por la
preeminencia de comunidades rurales, creencias místicas y déspotas
parasitarios. Se supone que esas estructuras quedarán demolidas con la
instalación del ferrocarril y la importación de textiles británicos
(Marx, 1964: 30-58, 104-111).
Pero, a
diferencia de sus contemporáneos, el pensador alemán combinaba ese
análisis con fuertes denuncias. Remarcaba la destrucción de formas
económicas arcaicas cuestionando al mismo tiempo las atrocidades del
colonialismo. Realzaba la función modernizadora del capital y objetaba
las masacres perpetradas por los invasores.
Con
este parámetro evaluaba el libre comercio. Los elogios al intercambio
-que rompía el aislamiento de viejas sociedades- eran complementados con
críticas a las dramáticas consecuencias de esa expansión.
Esta tensión
ente ponderaciones y rechazos era compatible con una expectativa en
rápidas victorias del socialismo. Marx suponía que la generalización del
capitalismo aceleraría en pocas décadas la erradicación de ese sistema.
También esperaba una vertiginosa irradiación de ese resultado desde el
centro europeo hacia el resto del mundo.
Esta concepción
cosmopolita del socialismo presuponía una acelerada secuencia de
industrialización global, debilitamiento de las naciones y eliminación
del colonialismo. Era una mirada afín al internacionalismo proletario de
la época, que retomaba las utopías universalistas gestadas durante el
siglo de las luces.
Marx compartía
el proyecto humanista de trascender inmediatamente a la nación por medio
de comunidades sin fronteras. A diferencia del cosmopolitismo radical
legado por la revolución francesa, promovía la igualdad social junto a
la ciudadanía universal (Lowy, 1998:11-21).
Al subrayar que
el “capital no tiene patria” el revolucionario alemán observaba la
mundialización del predominio burgués, como un paso hacia la disolución
conjunta de las naciones y las clases. Esta propuesta de hermandad
global gozaba de gran predicamento entre el artesanado geográficamente
móvil que nutría a la I Internacional (Anderson, P, 2002).
REBELIONES Y VIRAJES
Marx quedó muy
impactado por la rebelión china de Taiping (1850-64) que fue zanjada con
millones de muertos. Denunció al colonialismo británico y observó esa
tragedia como un proceso destructivo carente de alternativas. También
fue conmovido por la revuelta de los cipayos de India (1857-58), que los
ingleses aplastaron en forma sangrienta. Allí comenzó a notar cómo la
expansión del capitalismo desataba grandes resistencias de los oprimidos
(Marx, 1964: 139-143, 161-181).
Estos
alzamientos modificaron su mirada. Ya no desvalorizó lo ocurrido en las
colonias, ni repitió que las sociedades asiáticas estaban destinadas a
copiar el patrón europeo. El actor omitido en el Manifiesto Comunista comenzó a cobrar cuerpo. Marx fue uno de los primeros pensadores occidentales en apoyar la independencia de la India.
Pero
el mayor cambio se produjo con los levantamientos de Irlanda. Allí
confirmó que el saqueo colonial destruye sociedades sin facilitar su
desarrollo ulterior. Marx comparó la devastación británica de su vecino
con las depredaciones que realizaban los mongoles. Observó que la
reorganización rural impuesta en la isla era una caricatura de lo
realizado en Inglaterra. Lejos de aumentar la productividad agraria
reforzó la aristocracia territorial, la expulsión de los campesinos y la
concentración de la propiedad.
El autor de El Capital también
notó cóomo la burguesía inglesa bloqueaba el surgimiento de
manufactureras irlandesas, para garantizar el predominio de sus
exportaciones. Además, los capitalistas se aprovisionaban de fuerza de
trabajo barata para limitar las mejoras de los asalariados británicos.
Al observar el
saqueo de Irlanda, Marx abandonó su expectativa anterior en la expansión
capitalista. Percibió cómo la acumulación primitiva no es la antesala
inmediata de procesos de industrialización, en un país sometido al
despojo (Marx, 1964: 74-80).
A
partir de ese momento transformó su simpatía por la resistencia en
India y China en un elogio explícito de la lucha nacional. Enalteció la
rebelión de los irlandeses, que retomando viejas tradiciones comunales
obligaron a los británicos a militarizar la isla.
El teórico
alemán participó intensamente en las campañas para lograr la adhesión de
los obreros ingleses a esa lucha. Comprendió la necesidad de
contrarrestar la división promovida por los capitalistas entre los
asalariados de ambas naciones. Señaló que la lucha irlandesa contribuía a
reducir esas tensiones y adoptó la famosa frase de propagada a favor de
los resistentes fenianos (“un pueblo que oprime a otro no puede ser
libre”) (Barker, 2010).
Los escritos de
1869-70 ilustran esta maduración. Marx ya no concibió la independencia
de Irlanda como un resultado de victorias proletarias en Inglaterra.
Privilegió una secuencia inversa e incluso consideró que la eliminación
de la opresión nacional era una condición de la emancipación social.
Destacó la estrecha interacción entre ambos procesos y recordó cómo en
el pasado el aplastamiento de Irlanda había contribuido a frustrar las
revoluciones contra la monarquía inglesa (Marx; Engels, 1979).
ESCLAVOS Y OPRIMIDOS
La nueva
concepción de convergencias entre el proletariado europeo y los
desposeídos del resto del mundo motivó el apoyo de Marx al Norte en la
guerra de secesión estadounidense (1860-65). Adoptó la bandera del
abolicionismo frente a la gran presión de los fabricantes británicos a
favor del Sur. Los capitalistas se abastecían del algodón cosechado por
los esclavos y convocaban a los obreros textiles ingleses a preservar su
empleo, evitando toda participación en el conflicto americano.
Marx denunció
ese chantaje y ratificó la necesidad de acciones comunes a ambos lados
del Atlántico, para doblegar la sociedad de los explotadores británicos
con los plantadores sureños.
Esa campaña también apuntó a contrarrestar la fractura
racista dentro de la naciente clase obrera estadounidense. Los
asalariados inmigrantes observaban al esclavo como un competidor que
achataba su salario. Marx promovió pronunciamientos de la I
Internacional para crear vínculos entre los trabajadores blancos y los
oprimidos afro-americanos.
La
guerra de secesión se desenvolvía en un país percibido como una
democracia potencial de gran envergadura. Marx consideraba que la
liberación de los esclavos y el aplastamiento de los plantadores
aportarían un ejemplo mayúsculo de logros revolucionarios.
Por eso
criticaba la timidez inicial de Lincoln que rechazaba el armamento de
los negros promovido por las abolicionistas radicales. Estas
vacilaciones ponían en peligro la victoria del Norte, que superaba
ampliamente a los confederados en el plano económico y militar (Marx;
Engels, 1973: 27-74, 83-171).
En
su nueva etapa Marx celebró los procesos revulsivos en varias partes
del mundo. Nunca dudó de la primacía europea en el pasaje al futuro
socialista, pero subrayó el protagonismo de otros sujetos. Reivindicó la
constitución de las juntas radicales en Cádiz frente a la invasión
napoleónica y retrató con gran simpatía las rebeliones de las Antillas
contra el colonialismo anglo-francés.
Pero lo más
significativo fue su apoyo a México. Denunció la expedición de
Maximiliano para cobrar deudas ocupando el país y apoyó las grandes
reformas democráticas introducidas por Benito Juárez. Con esa definición
dejó atrás su justificación anterior de la apropiación de Texas por
parte de los colonos anglo-americanos (Marx; Engels, 1972: 217-292).
Marx abandonó
su tesis precedente de emancipación externa de la periferia. Ya no
supuso que los cambios en el mundo serían más rápidos que la maduración
interna de las sociedades no europeas. Su visión del futuro pos-capitalista comenzó a incluir rebeliones en la periferia convergentes con el proletariado europeo.
DEMOCRACIAS Y COMUNAS
La nueva mirada
enriqueció el enfoque de Marx sobre las batallas democráticas en el
Viejo Continente. Esas luchas incluían demandas de auto-determinación
nacional de pueblos sometidos a las monarquías imperiales de Rusia y
Austria.
El teórico
comunista era un activo partícipe de esas confrontaciones y apoyaba las
unificaciones de Alemania e Italia resistidas por las autocracias. Marx
auspiciaba la radicalización socialista de esas luchas. Proclamaba la
carencia de patria del proletariado e imaginaba procesos de convergencia
popular que desbordarían las fronteras. Pero favorecía también las
insurrecciones nacionales que debilitaban al zarismo y a los Habsburgo
(Munck, 2010).
Marx
ponía el foco en quién resiste y cómo se presenta cada batalla.
Razonaba en términos de acción y protagonistas de grandes gestas. Por
eso reivindicaba la resistencia de los húngaros contra los ocupantes
austríacos y la belicosidad de los polacos contra los opresores rusos.
Observaba
especialmente el combate de Polonia como un “termómetro de la revolución
europea”. Ese país había perdido su independencia con la partición
entre Rusia, Prusia y Austria y era epicentro de reiterados
levantamientos (1794, 1830, 1843, 1846).
Marx adoptó ese
anhelo nacional como una bandera permanente. No sólo registró la
espontánea solidaridad que suscitaba en todo el continente. También
polemizó con las corrientes anarquistas que descalificaban esa
resistencia, tanto por su ligazón con la nobleza como por su lejanía con
las reivindicaciones obreras. Al proclamar que “Polonia debe ser
liberada en Inglaterra”, Marx discutía con un enfoque que anestesiaba la
conciencia internacionalista de los trabajadores (Healy, 2010).
El
revolucionario alemán asignó a la independencia de ese país una gran
incidencia en la batalla contra el zarismo. Como priorizaba la derrota
de esa fuerza conservadora tomó partido contra Rusia en la guerra de
Crimea con el Imperio Otomano. Rehuía el neutralismo y jerarquizaba los
triunfos sobre al enemigo principal.
A
partir de lo observado en India, China, Irlanda y México, Marx
incorporó una nueva hipótesis de fuerzas transformadoras al interior del
imperio ruso. Reconsideró el papel de las viejas formas comunales en el
agro, que anteriormente veía como simples rémoras del pasado. Estimó
que podían cumplir un rol progresista y evaluó la posibilidad de un
tránsito directo al socialismo desde esas formaciones colectivas (Marx;
Engels, 1980: 21-65).
Su
nueva mirada sobre la periferia influyó en esta aceptación de un salto
directo hacia etapas pos-capitalistas. Marx modificó su rechazo previo a
esa eventualidad. Lo que había descartado en 1844 como una ingenua
modalidad de “crudo comunismo” se convirtió treinta años después en una
alternativa factible. Por eso extendió el estudio de las comunas a otros
casos (India, Indonesia, Argelia).
UN NUEVO PARADIGMA
En su primera
etapa Marx resaltó la dinámica objetiva del desarrollo capitalista como
un proceso de absorción de formas precedentes de producción. Resaltó el
rol de las fuerzas productivas como determinantes primordiales del curso
de la historia. Por eso supuso que el capitalismo se desenvolvería
incorporando a la periferia al torrente de la civilización.
En el segundo
período Marx abandonó la idea de un amoldamiento pasivo del mundo
colonial al devenir del capitalismo. Consideró saltos de etapas y señaló
fuerzas activas que en la periferia podían acelerar la introducción del
socialismo.
Kohan
interpreta este viraje conceptual como un cambio de paradigma. Una
filosofía unilineal asentada en el comportamiento de las fuerzas
productivas fue reemplazada por una mirada multilineal, que resaltaba el
papel transformador de los sujetos. La revisión de la problemática
nacional-colonial precipitó el viraje.
Esta
caracterización contrasta con la tradicional dicotomía entre dos Marx
que introdujo Althusser. Ese enfoque distinguía al joven
“humanista”-concentrado en la problemática filosófica de la alineación-
del viejo “científico” absorbido por la detección de leyes del
capitalismo. En el tratamiento de la periferia esa secuencia se
invierte. El pensador debutante del Manifiesto estaba más atento a los procesos objetivos de expansión capitalista y el autor maduro de El Capital resaltaba la gravitación subjetiva de la lucha nacional y social (Kohan, 1998: 228-254).
Kevin Anderson
subraya este mismo itinerario. La rígida cronología de absorción de la
periferia a la modernización del centro fue reemplazada por una mirada
de cursos abiertos y variados de desenvolvimiento histórico.
También estima
que las singularidades de la periferia indujeron a Marx a dejar atrás el
estricto modelo de adaptación de las superestructuras (políticas,
ideológicas o sociales) a los cimientos económicos. El esquema de
amoldamiento del contexto social (relaciones de producción) al
crecimiento económico (fuerzas productivas) fue sustituido por una
visión de procesos codeterminados y sin direccionalidades
preestablecidas (Anderson K, 2010: 2-3, 9-10, 237-238, 244-245).
Otros autores sostienen que este giro de Marx no alteró su modelo inicial (Sutcliffe, 2008).
Pero el tenor de los cambios indica modificaciones sustanciales. En
1850 Marx avizoraba al movimiento democrático de China e India como un
simple aliado de los obreros europeos. En 1870 ya observaba la
independencia de Irlanda como un motor de la revolución en Inglaterra.
En 1880 fue más lejos y consideró que Rusia compartía con Europa un
lugar clave en el debut del socialismo.
CONVERGENCIA Y FRACTURAS
La visión
rudimentaria de la periferia que expuso del primer Marx sintonizaba con
la inmadurez de su pensamiento económico. Por eso el Manifiesto avizoraba un vertiginoso proceso de mundialización que se verificó recién en la centuria posterior.
Junto a la Miseria de la filosofía y Trabajo asalariado y capital, el Manifiesto
se ubicó a mitad de camino en la elaboración de Marx. Ya había
desarrollado su crítica a la propiedad privada, descubierto la
centralidad del trabajo, modificado el análisis antropológico de la
alienación y captado la utilidad de la concepción materialista de la
historia.
Pero no había
superado a Ricardo, ni reformulado la teoría del valor con el concepto
de la plusvalía. Las mismas correcciones cualitativas que introdujo Marx
en su visión de China, Irlanda o Rusia fueron incorporadas a su visión
de la economía.
En el Manifiesto
exponía analogías entre el obrero y el esclavo que todavía estaban
emparentadas con el “salario de subsistencia” de Ricardo. No
caracterizaba aún el valor de la fuerza de trabajo como parámetro
histórico-social, sujeto al impacto contradictorio de la acumulación.
Aparecían referencias a la “miseria creciente” que serían sustituidas
por enfoques centrados en la declinación relativa del salario. Las
crisis eran presentadas como efectos del sub-consumo, sin integrar la
estrechez del poder adquisitivo al movimiento descendente de la tasa de
ganancia (Katz, 1999).
Estas
insuficiencias permiten entender los errores que cometió Marx en sus
primeras caracterizaciones de Asia y América Latina. A medida que
perfeccionó sus investigaciones sobre el capitalismo, sustituyó la
presentación de tendencias genéricas del mercado mundial por análisis
específicos de la acumulación a escala nacional.
En la preparación de El Capital Marx
analizó en detalle la economía inglesa. Estudió tarifas, salarios,
precios, ganancias, tasas de interés, rentas y pudo observar
contraposiciones entre el desarrollo y el subdesarrollo.
Analizó por
ejemplo los vínculos del atraso irlandés con la expansión industrial
británica. Notó como la equiparación entre economías centrales coexistía
con brechas crecientes con el resto del mundo.
La
época de Marx (1830-70) estuvo signada por la irrupción de varios focos
de acumulación (Europa Occidental, América del Norte, Japón), junto a
una segunda variedad de colonialismo. Por eso hubo proteccionismo en las
economías emergentes y libre-comercio a escala mundial.
En
su segunda etapa el teórico alemán comenzó a percibir variedades de
evolución en la periferia, a partir de las diversidades en curso en el
centro. El debut británico con industrialización -preparado por
beneficios comerciales y agrícolas- fue sucedido por la expansión
manufacturera francesa con gran incidencia de los bancos. Rusia extendió
su estructura fabril con impulso militar preservando la servidumbre y
Estados Unidos siguió un modelo opuesto de puro despegue capitalista.
Cuando
Marx afirma que “el país más desarrollado muestra al siguiente la
imagen de su propio futuro” alude a ese tipo de economías equivalentes. No extiende la igualación a la periferia. Se refiere a una evolución entre pares o a un tránsito hacia esa equiparación.
En esta etapa
de maduración, Marx no sólo distinguió la industrialización clásica de
economías abiertas (Inglaterra) de la industrialización tardía de
estructuras protegidas (Alemania). También diferenció ese bloque de los
países subordinados a los imperativos del capital extranjero (China).
Esta
caracterización anticipó la fractura posterior entre semiperiferias
ascendentes y periferias relegadas. En el primer bloque sólo se ubicaron
las economías partícipes de la industrialización, que forjaron mercados
internos y absorbieron la revolución agrícola (Bairoch, 1973: cap 1 y 2).
Alemania y
Estados Unidos despuntaron además en las narices de Inglaterra y
Francia, porque las potencias coloniales no podían frenar a sus rivales.
La
periferia quedó explícitamente excluida de esas convergencias. El caso
irlandés ilustra cómo las autoridades coloniales gravaban con altos
impuestos todas las actividades manufacturas locales, para garantizar el
ingreso de importaciones inglesas.
Marx
maduró su enfoque y algunos investigadores sostienen que habría
distinguido dos tipos de economías. Las que asimilaban la expansión
capitalista desde un estadio inferior (“atrasadas”) y las que no
prosperaban por su sometimiento al colonialismo (“trasplantadas”) (Galba
de Paula, 2014: 101-108, 141-143).
CAUSAS EXÒGENAS Y ENDÓGENAS
Marx captó que
el capitalismo genera segmentaciones entre el centro y la periferia,
pero no definió las causas de esa polarización. Sugirió varios
determinantes exógenos en su crítica al colonialismo y puntualizó causas
endógenas en su análisis de las estructuras pre-capitalistas. Pero no
precisó cuál de esos componentes incidió más en la fractura global. Sólo
observó la ampliación de esa brecha en el origen y en la formación del
capitalismo.
El teórico
alemán evaluó el primer impacto en su estudio del pillaje perpetrado
durante la acumulación primitiva. Describió las transferencias de
recursos consumadas para gestar el acervo inicial de dinero requerido
por el sistema. Retrató cómo los metales sustraídos de las colonias
cimentaron el debut del capitalismo europeo. Esta línea de análisis fue
continuada con los estudios de la desindustrialización forzosa de
Irlanda y las confiscaciones padecidas por China o India (Marx, 1973:
607-650).
Marx también
describió ampliaciones de la brecha centro-periferia bajo el capitalismo
ya formado. Sus observaciones sobre el intercambio desigual ilustran
ese tratamiento. Afirmó que en el mercado mundial el trabajo más
productivo percibe una remuneración superior al más retrasado,
reforzando la supremacía de las economías que operan con técnicas
avanzadas (Marx, 1973: cap 20).
Pero en otros
comentarios igualmente numerosos Marx atribuyó el retraso de la
periferia a la incidencia de rémoras pre-capitalistas, que impiden la
masificación del trabajo asalariado, renuevan la servidumbre o amplían
la esclavitud.
Señaló que
estas formas arcaicas de explotación se recreaban para satisfacer la
demanda internacional de materias primas, incrementando las rentas
acaparadas por latifundistas, hacendados o plantadores de África, Asia y
América Latina.
Marx no definió
la primacía del origen colonial-exógeno o rentista-endógeno del
subdesarrollo. Sólo pareció indicar una gravitación cambiante en
distintos momentos del capitalismo.
Numerosos
historiadores marxistas y sistémicos han enfatizado uno u otro
componente. Los exogenistas ilustran cómo Europa se nutrió de la
“des-acumulación primitiva” impuesta a América y del holocausto
esclavista generado en África (Amin, 2001: 15-29).
Subrayan
que el colonialismo logró separar a Europa de sociedades que habían
alcanzado un nivel semejante de desarrollo (Medio Oriente, Norte de
África, Meso-América) y otorgó a Gran Bretaña una primacía sobre sus
competidores. Sostienen que en condiciones agrícolas, estatales e
industriales equiparables, Inglaterra tomó la delantera por sus ventajas
de ultramar (Wallerstein, 1984: 102-174; Blaut, 1994).
Por
el contrario, los teóricos endogenistas explican el subdesarrollo de la
periferia por la ausencia de transformaciones agrarias. Estiman que el
despojo colonial no fue relevante para la consolidación del capitalismo
central. Consideran que las potencias marítimas perdieron peso en ese
despegue (Portugal, España, Francia, Holanda), que el vencedor ingresó
tarde a esa carrera (Inglaterra) y que varios contendientes exitosos
eludieron las batallas externas (Bélgica, Suiza, Alemania, Escandinavia,
Austria, Italia)
(O´Brien, 2007).
También
recuerdan que Europa se desenvolvió aprovechando su auto-suficiencia en
materias primas y consideran que el colonialismo tuvo efectos adversos
sobre el espíritu empresario. Atribuyen las ventajas de Inglaterra a un
modelo tripartito de revolución agraria (propietarios, arrendatarios y
asalariados), que preparó el despegue fabril con expansión demográfica e
industrias en el campo (Bairoch, 1999: 87-137; Wood, 2002: 94-102).
Pero el enfoque
de Marx también inspiró posturas intermedias, que ilustran cómo el
colonialismo incidió más en el origen que en la consolidación del
capitalismo. Afirman que la gravitación inicial de los recursos
sustraídos de las colonias fue posteriormente reemplazada por la
supremacía de plus-ganancias,
derivadas de procesos internos de acumulación. Esta hipótesis es
congruente con la cambiante primacía de determinantes internos y
externos que sugirió el autor de El Capital (Mandel, 1978: cap 2).
INTEPRETACIONES LIBERALES
Los autores
liberales ignoran las dos visiones de Marx del problema
nacional-colonial. Sólo registran el primer período, resaltan sus
caracterizaciones de India y omiten el viraje de Irlanda. Con ese
recorte ubican al teórico del socialismo en la tradición “difusionista”
que pondera el progreso y la expansión capitalista.
Warren fue el principal exponente de esa visión, que otorga al enfoque inicial del Manifiesto
un status de teoría del desarrollo. Afirmó que Marx reivindicó el
colonialismo británico en Asia por su labor disolvente de la vida
vegetativa. También interpreta que ponderó los logros económicos de la
colonización occidental, comparando esos avances con las situaciones
previas de la periferia (Warren, 1980: 1-2, 9, 27-30).
Pero Marx nunca
expuso esas exaltaciones del imperio y tampoco recurrió a contrapuntos
históricos lineales. Lo que debe contrastarse es el efecto de la
expansión capitalista en Europa y las colonias y explicar por qué razón
generó acumulación en un polo y des-acumulación en el otro. Los
liberales simplemente desconocen esa fractura.
Estiman
que Marx evitó calificaciones morales, rehuyó el romanticismo y valoró
el individualismo. Consideran que aplaudió especialmente la cultura
humanista de la modernización industrial (Warren, 1980: 7-18).
Pero
toda la obra del pensador alemán fue una denuncia y no un elogio del
capitalismo. Sus aterradoras descripciones de la acumulación primitiva,
del trabajo infantil y de la explotación fabril ilustran ese rechazo.
Incluso la contemporización inicial con el personalismo burgués se
diluyó en la reivindicación posterior de la comuna. Las mejoras sociales
que los liberales asignan al capitalismo eran vistas por Marx como
resultados de la resistencia obrera.
Es absurdo
afirmar que el teórico comunista avaló los crímenes cometidos por
Inglaterra, para facilitar la implantación del capitalismo en las
sociedades no europeas (Warren, 1980: 39-44,116). Si Marx hubiera sido
un Cecil Rhodes insensible a los sufrimientos coloniales, no habría
promovido campañas de solidaridad con las víctimas del despojo imperial.
Otros autores
fascinados por el mercado coinciden en la presentación del teórico
alemán como un entusiasta promotor de la ocupación británica de la
India. Consideran que ese aval era congruente con la instalación de un
modo de producción más avanzado (Sebreli, 1992: 324-327).
Pero ese
razonamiento positivista olvida los sufrimientos humanos que Marx
registraba con mucha atención. Estaba comprometido con la lucha popular y
no era indiferente a las dramáticas consecuencias sociales del
desarrollo capitalista.
Los liberales
colocan en boca de Marx su fanática exaltación de la burguesía. Afirman
que el revolucionario alemán presentó el advenimiento de esa clase
social como un acontecimiento de conveniencia mayúscula para toda la
sociedad (Sebreli, 1992: 24).
Pero incluso en
su primera etapa Marx subrayaba el otro costado de ese proceso: la
aparición de un proletariado que debía sepultar a la burguesía para
permitir la erradicación de la explotación.
Sebreli
desconecta las observaciones de Marx sobre la cuestión colonial de ese
fundamento anticapitalista. Por eso ignora cómo la indignación social
motivaba las investigaciones del autor de El Capital. Esa actitud lo distinguía de sus contemporáneos y explica su rechazo a las intervenciones imperiales.
Marx también
objetó en su madurez las ilusiones en el libre comercio. Por eso, en
lugar de promover la internacionalización de los mercados, auspició la
asociación cooperativa de los pueblos.
VARIANTES DEL EUROCENTRISMO
Algunos autores
nacionalistas coinciden con sus adversarios liberales en la
presentación de Marx como un apologista del capitalismo occidental y
objetan esta postura en términos virulentos. Afirman que esa actitud lo
indujo a “despreciar a los pueblos no occidentales” y a justificar el
uso de la violencia para su sometimiento (Chavolla, 2005: 13-14,
255-261).
Con esa caracterización invierten la realidad. Un furibundo oponente del capitalismo es mostrado como adalid del status quo y su internacionalismo es identificado con la sumisión a la Reina Victoria.
Este enfoque
presenta los escritos pre-Irlanda como prueba de sintonía con el
colonialismo y atribuye esa postura al extremo eurocentrismo del teórico
alemán (Chavolla, 2005: 16, 265-269).
Pero Marx
estaba en la trinchera opuesta de personajes imperiales como Kipling.
Era un pensador de la emancipación con proyectos comunistas contrarios a
la opresión imperial. La errónea expectativa cosmopolita juvenil
expresaba esa esperanza humanista de rápida gestación de un mundo sin
explotadores. No tiene sentido ubicar este enfoque en el casillero del
eurocentrismo imperial.
Otros autores
consideran que Marx desconoció la opresión de la periferia por su
“reduccionismo de clase”. Suponen que indagó exclusivamente las
tensiones sociales en desmedro de la sujeción nacional y racial
(Lvovich, 1997).
Pero olvidan que el segundo Marx jerarquizó las relaciones de clase, incorporando la raza,
la nacionalidad y la etnicidad a un cuestionamiento simultáneo de la
explotación y la dominación. Esta síntesis explica su defensa de Irlanda
y Polonia y su compromiso con la causa anti-esclavista en la guerra
estadounidense.
El
eurocentrismo despectivo que los nacionalistas atribuyen a Marx es
totalmente imaginario. Pero se puede considerar otra acepción del
concepto, como sinónimo de atadura a un modelo de repetición universal
de los valores forjados en el Viejo Continente.
En este segundo
enfoque se presupone que Europa ofreció el rostro del futuro, al
desarrollar la civilización superior que heredó de la Antigüedad
clásica. Esta concepción influyó en el perfil positivista que adoptaron
las ciencias sociales tradicionales (Wallerstein, 2004: cap 23).
¿Esta caracterización más benévola de eurocentrismo se aplica al Marx del Manifiesto?
La respuesta es negativa, si se recuerda que el deslumbramiento con
Europa incluye al capitalismo forjado en esa región. Marx fue el
principal crítico del sistema que los europeizantes idolatran.
Esas
miradas también universalizan cierto desarrollo particular resaltando
la intrínseca supremacía de Europa sobre otras culturas. Por el
contrario, el socialismo que promovía por Marx apuntaba a forjar
desarrollos igualitarios y cooperativos entre todos los pueblos del
mundo.
Ciertamente el autor de El Capital
era alemán, vivió en Europa y estaba imbuido de la cultura occidental,
pero desenvolvió una teoría que desbordaba ese origen. A diferencia de
muchos pensadores, no razonaba contraponiendo las virtudes de cierta
civilización sobre otra. Explicaba la lógica general de la evolución
social en función de contradicciones económicas (fuerzas productivas) y
sociales (lucha de clases).
El
eurocentrismo es un término utilizado también por varios autores
marxistas, para caracterizar un defecto teórico del primer Marx. En este
caso la calificación no implica rechazo. Señala un error de la
concepción inicial, que otorgaba protagonismo absoluto al proletariado
europeo en la emancipación de todos los oprimidos.
La misma
denominación de eurocentrismo ha sido utilizada en sentidos muy
contrapuestos para evaluar la trayectoria de Marx. Su identificación con
desaciertos juveniles difiere de la asimilación con el colonialismo.
Esta última acepción es inadmisible.
“LOS PUEBLOS SIN HISTORIA”
Las alusiones
de Engels a los “pueblos sin historia” son vistas por los críticos
nacionalistas como otra confirmación de la desconsideración marxista por
la periferia. Ese enfoque trataría a todas las fuerzas externas al
proletariado occidental como masas irrelevantes e inmóviles (Chavolla,
2005: 188, 255-269).
Es cierto que
Engels recurrió a esa controvertida noción para referirse a
conglomerados incapaces de encarar su auto-emancipación. Recogió una
categoría que Hegel utilizaba para caracterizar a los pueblos sin
atributos suficientes para forjar estructuras nacionales.
Marx
no aplicó ese concepto. Pero utilizó denominaciones virulentas contra
los eslavos del sur, en su apasionada batalla política contra las
autocracias imperiales. Como el zar y los Habsburgo habían logrado sumar
a esos pueblos a sus campañas contrarrevolucionarias, su reacción
incluyó el rechazo de los derechos nacionales de esos grupos (Lowy;
Traverso, 1990).
El militante
socialista suponía, además, que muchas demandas de ese tipo no llegarían
a concretarse. Estimaba que las naciones pequeñas serían absorbidas por
vertiginosos torrentes de transformaciones internacionales, antes de
alcanzar el umbral requerido para forjar sus propios estados.
Marx apostaba a
una emancipación externa de muchos pueblos sin nítida definición
nacional. Creía que el derrumbe de los regímenes monárquicos conduciría a
ese desenlace. En su etapa inicial, Marx no reconocía la existencia de
fuerzas históricas significativas para constituir estados diferenciados,
en distintas partes de Asia y Europa Oriental.
No
cabe duda que la tesis de los “pueblos sin historia” era desacertada y
fue refutada en forma contundente por teóricos marxistas. Esa crítica
demostró cómo se transformaban alineamientos políticos de un período en
datos invariables de trayectoria nacional. Si el imperio ruso había
logrado cooptar a los campesinos ucranianos, rumanos, eslovacos, serbios
o croatas era por la opresión que sufrían por parte de la nobleza
polaca y húngara.
Esa situación
tripolar se verificó en numerosas ocasiones. Pueblos sojuzgados por
opresores intermedios fueron empujados a jugar un rol reaccionario. Pero
lo ocurrido con los irlandeses ilustró el carácter histórico variable
de esos alineamientos. Cumplieron un rol contrarrevolucionario durante
la era de Cromwell y luego encabezaron la lucha nacional (Rosdolsky,
1981).
En
su segunda etapa Marx se alejó de cualquier variante de los “pueblos
sin historia”. Algunos autores estiman que también Engels revaluó ese
controvertido concepto en su caracterización de las guerras campesinas
de Alemania (Harman, 1992).
Es igualmente
falso presentar este problema como una prueba del eurocentrismo
pro-colonial de Marx. Las naciones que el teórico alemán reivindicó de
entrada (polacos, húngaros), que rechazó al inicio (eslavos del sur) o
que descartó primero y luego aprobó (irlandeses) eran todas europeos. Si
su criterio de discriminación para ingresar en la historia fuera la
pertenencia al Viejo Continente no hubiera utilizado esas distinciones.
Los
críticos afirman que sostuvo a los polacos y a los irlandeses, pero
despreció a los eslavos del sur, escandinavos, mexicanos, chinos y
norteafricanos (Nimni, 1989). Pero este argumento geográfico
es inconsistente. Los pueblos descalificados no se localizan sólo en
Asia, África o América Latina, sino también en Europa.
Se
podría quizás precisar que el pecado euro-centrista se ubica en la
fascinación con Europa Occidental. Pero Marx desconoció al principio la
pujanza revolucionaria de un país de esa región (Irlanda) y realzó la
gravitación de otro de la zona oriental (Polonia).
Los objetores sugieren también que el eurocentrismo
contiene principalmente una dimensión cultural de idolatría a
Occidente. Estiman que por esta razón Marx se involucró en el conflicto
extra-europeo de la guerra de secesión norteamericana.
Pero
aquí no perciben lo obvio. Los confederados tenían mayor aproximación a
Europa y Marx sostuvo a los yanquis, que luchaban por la liberación de
esclavos de origen africano. No se guiaba por criterios de ascendencia,
sino por objetivos de emancipación social.
NACIONES Y NACIONALISMO
Los críticos
consideran que la tesis de los “pueblos sin historia” es una aberración
derivada de caracterizar a la nación en términos puramente objetivos.
Estiman que Marx cometió ese desacierto por reconocer sólo a las
comunidades que tienden a forjar estados tradicionales, descartando los
casos restantes (Chavolla, 2005: 117, 153-155).
El criterio
atribuido al teórico alemán era muy corriente en el siglo XIX, cuando la
formación del estado liberal presuponía ciertas condiciones de mercado,
territorio, cohesión histórica y lengua. Fue la concepción adoptada
también por las vertientes del marxismo que tipificaron a la nación a
partir de sus componentes económicos, idiomáticos y territoriales
(Kautsky), con agregados psicológicos o culturales (Stalin).
Pero
la visión de Marx no encaja en ese esquema, puesto que jerarquizaba la
acción política como elemento definitorio de la conformación nacional.
Se guiaba más por el proceso de lucha que por consideraciones a priori.
Por eso avaló el reclamo de los irlandeses y no de los galeses
absorbidos por Gran Bretaña o los bretones incorporados al estado
francés.
Los objetores
desconocen esta actitud y le achacan a Marx un razonamiento dogmático.
Pero su comportamiento era exactamente inverso, como lo prueba el sostén
a una nación como Polonia, que no reunía las condiciones de mercado o
territorio requeridas para conformar un estado.
Los rígidos
criterios atribuidos a Marx fueron elaborados por sucesores
objetivistas, que desechaban la centralidad de los sujetos. Esa postura
les impidió reconocer la gran variedad de configuraciones nacionales. En
polémica con ese enfoque, una corriente subjetivista (austromarxistas)
definió a la nación como una “comunidad de carácter”, asociada a la
cultura y a la experiencia común (Lowy, 1998: 49-54).
Marx brindó
pistas para combinar ambos planteos y realzando tanto las identidades
como las determinaciones objetivas. Sugirió que los entrelazamientos
económicos, idiomáticos o geográficos dan lugar a una memoria de pasado
común.
Pero los
cuestionadores desconocen esos aportes y observan en Marx una
“subvaloración del nacionalismo”. Consideran que cometió ese error por
subordinar la lucha contra la opresión nacional a consideraciones de
clase (Chavolla, 2005: 95).
Con esta
crítica se postula de hecho una jerarquía inversa, omitiendo la
continuidad de la explotación y la desigualdad bajo cualquier estado
nacional. En cambio, Marx promovía el socialismo para erradicar esos
padecimientos.
Los objetores
desconectan al teórico alemán de su tiempo (Saludjian; Dias Carcanholo,
2013). Suponen que ignoraba la legitimidad de nacionalismos, que en
realidad recién despuntaban. A mitad del siglo XIX los estados se
encontraban en plena formación, superando las soberanías fragmentadas y
las fronteras porosas de las dinastías feudales.
El modelo
clásico francés (o inglés) de gestación de la nación a partir del estado
se había consolidado mediante la delimitación de territorios, la
administración de las leyes, la identificación de la lealtad con la
patria y la construcción de un sistema escolar que inculcaba el apego a
la bandera.
Pero el esquema
opuesto alemán (o italiano) de pasaje de la nación hacia el estado
desde culturas e idiomas previos recién germinaba. El nacionalismo como
ideología que enaltece obligaciones público- militares de la ciudadanía
aún no había emergido.
Marx no
desvalorizó el nacionalismo puesto que actuaba en un escenario previo al
desarrollo de esa doctrina. En ese contexto tuvo el mérito de sugerir
la distinción entre vertientes progresivas (Irlanda, Polonia) y
regresivas (Rusia, Inglaterra) de los planteos nacionales. Estableció
esa diferencia en función del papel que jugaban en la aceleración o
retraso del objetivo socialista (Hobsbawm, 1983).
Marx dilucidaba
posturas con esa brújula. Por un lado realzaba las metas
internacionalistas comunes de los trabajadores, rechazaba la supremacía
de una nación sobre otra, combatía las rivalidades entre países y no
aceptaba la existencia de pueblos virtuosos. Por otra parte valoraba las
resistencias nacionales contra la opresión imperial, como un paso hacia
el futuro pos-capitalista.
Marx sentó las
bases para evaluar los nacionalismos y definir a la nación con criterios
objetivo-subjetivos. Su mirada se contrapuso a los enfoques románticos
que retoman mitos históricos, étnicos o religiosos para enaltecer a
distintos países. Esa exaltación suele eludir la corroboración de los
fundamentos que expone.
El nacionalismo
imagina orígenes remotos y continuados de cada identidad nacional,
desconociendo la enorme mutación de las comunidades que se
entremezclaron en cada territorio. Recurre a supuestos de cohesión
étnica que chocan con gran variedad de ascendencias generadas por los
ciclos poblacionales. Supone que la religión facilitó la constitución de
ciertas naciones, olvidando que las estructuras eclesiásticas
transnacionales también obstruyeron esa gestación (Hobsbawm, 2000: cap
2).
Desconocen,
además, que la lengua no aportó un vínculo definitorio de la nación. Una
variedad enorme de idiomas convivieron, se diluyeron o se reinventaron a
la hora de estandarizar la actividad estatal en torno a un léxico
predominante. De 8000 lenguas sólo emergieron 2000 estados (Gellner,
1991: cap 4; Anderson, B, 1993: cap 7).
Marx no
desvalorizó a las naciones, sino que contribuyó a desmitificar las
creencias de su origen milenario, único o superior. Aportó los pilares
para desmontar las fantasías que transmite el nacionalismo. Su
cosmopolitismo inicial lo alejó de esas mitologías y su sensibilidad
revolucionaria le permitió captar la legitimidad de las luchas
nacionales contra el colonialismo.
ESTADO Y PROGRESO
Los
críticos nacionalistas objetan también la mirada de Marx sobre el
estado. Consideran que idealizó las formas burguesas convencionales, en
desmedro de otras modalidades étnico-culturales surgidas de confluencias populares (Nimni, 1989).
Este
cuestionamiento es bastante extraño, si se recuerda que Marx era un
teórico comunista que promovía la disolución de todos los estados, a
medida que se extinguieran los antagonismos de clase. No es muy sensato
atribuirle fascinación por las vertientes tradicionales del estado.
Esa
institución es enaltecida por nacionalistas, que observan al estado
como un ámbito natural para alcanzar el bienestar de comunidades
multiclasistas. Marx rechazaba esa forma de perpetuar la explotación y
sólo ponderaba el surgimiento transitorio de los estados forjados en la
lucha contra la autocracia.
El luchador
socialista promovía la acción por abajo y no la institucionalización por
arriba. Auspiciaba lo contrario de lo supuesto por sus críticos. La
imagen de un Marx estatista que desvaloriza las construcciones populares
carece de sentido.
El
teórico no sabía cuán importante resultaría la existencia de estados
nacionales autónomos en la determinación del lugar ocupado por cada país
en la jerarquía mundial. Ese dato se clarificó con posterioridad a su
fallecimiento. Pero su defensa de esa soberanía anticipó un rasgo clave
de la relación centro-periferia. Las comunidades que no conquistaron la
independencia política sufrieron más duramente las consecuencias del
subdesarrollo. Los contrastes entre Japón y la India o entre Alemania y
Polonia ilustran esa bifurcación.
Los
objetores no valoran las intuiciones del pensador socialista y le
atribuyen una “teoría del progreso”, que condena a las naciones
atrasadas a seguir la senda de los avanzados (Nimni, 1989).
Ese retrato
podría encajar en los socialdemócratas de la II Internacional, pero no
cuadra con el segundo Marx. En esa etapa no se verifica ningún rasgo de
la visión teleológica de la historia, que los críticos asignan a su
familiaridad con Hegel.
El autor de El Capital
no supuso que el desenvolvimiento de la humanidad seguía un curso
predeterminado y ajeno a la voluntad de los sujetos. Estimaba que en
ciertas condiciones -que acotan el margen de la intervención humana- los
individuos agrupados en clases sociales son activos constructores de su
futuro. Esta visión quedó plasmada en el modelo multilineal de
alternativas variadas.
Pero incluso el
primer razonamiento unilineal era muy distinto al esquema de cuatro
estadios sucesivos de Adam Smith. Marx no postuló transiciones
automáticas o inevitables de modos de subsistencia primitivos a la fase
comercial, ni compartió la mitología del progreso (Davidson, 2006).
Su evolución teórica fue antagónica con el retrato positivista que transmiten los críticos. Percibió que el capitalismo no se expande universalizando formas avanzadas, sino amalgamando desenvolvimientos con modalidades retrógradas (Rao, 2010).
Los estudios finales sobre Rusia ilustran hasta qué punto Marx se aproximó a ideas de
desarrollo desigual y saltos de etapas históricas. Esas hipótesis se
ubican en las antípodas del fatalismo objetivista (Di Meglio; Masina,
2013).
Los objetores
no captan la flexibilidad de un razonamiento fundado en expectativas
socialistas. Olvidan que las teorías del progreso presuponen una
eternidad del capitalismo más próxima a las concepciones nacionalistas
que al pensamiento de Marx.
LEGADOS
En su
trayectoria analítica desde la India hasta Irlanda Marx sentó las bases
para explicar cómo el capitalismo genera subdesarrollo. Este es el
principal aporte de sus textos sobre la periferia. No formuló una teoría
del colonialismo, ni expuso una tesis de la relación centro-periferia,
pero dejó una semilla de observaciones sobre la polarización global y la
recreación del atraso..
Los
señalamientos de Marx sobre el impacto positivo de las luchas
nacionales sobre la conciencia de los obreros del centro aportaron
cimientos al antiimperialismo contemporáneo. Indicaron la contraposición
entre potencias opresoras y naciones oprimidas y enunciaron un
principio de convergencia entre la lucha nacional y social.
Esos planteos
inspiraron estrategias posteriores de alianzas entre obreros del centro y
desposeídos de la periferia. También anticiparon el creciente
protagonismo de los pueblos extra-europeos en la batalla contra el
capitalismo.
Los escritos de
Marx sobre la periferia no fueron obras menores, ni simples
descripciones o comentarios periodísticos. Contribuyeron a su análisis
del capitalismo central y motivaron cambios metodológicos de gran
envergadura.
A principios
del siglo XX sus trabajos inspiraron tres aportes claves a la teoría del
subdesarrollo. Estas miradas de Lenin, Luxemburg y Trotsky requieren
otro análisis, que desarrollaremos en nuestro próximo texto.
6-3-2016.
RESUMEN
El giro de Marx
frente a la periferia suscita interés. Bajo el impacto de varias
rebeliones modificó su mirada de la expansión capitalista mundial y
sustituyó sus expectativas cosmopolitas por críticas al colonialismo.
Revalorizó la lucha nacional e imaginó transiciones al socialismo desde
formas comunales.
También
reemplazó el esquema unilineal de desarrollo de las fuerzas productivas
por una visión multilineal de desenvolvimientos variados. Percibió
empalmes entre economías desarrolladas y fracturas con el resto del
mundo, pero no definió primacías exógenas o endógenas en la gestación de
esa brecha.
Los liberales
transforman las denuncias de Marx del capitalismo en elogios. Los
nacionalistas desconocen su viraje, equivocan las críticas al
eurocentrismo y recrean objeciones superadas a los “pueblos sin
historia”.
Marx inspiró
caracterizaciones objetivo-subjetivas de la nación y criterios para
diferenciar los nacionalismos progresivos y regresivos. No postuló
teorías del progreso y anticipó nociones sobre el subdesarrollo.
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